Revisando la danzaterapia

Por Analía Melgar


¿Por qué suponer que la danzaterapia es sólo para personas con discapacidad? Durante buena parte de los siglos XIX y XX la danza era concebida como un privilegio reservado exclusivamente a una élite. Más tarde, el surgimiento de la danzaterapia vino a recordar que todos podemos bailar, como posibilidad común a todos los seres humanos. Desde entonces, esa idea fue interpretada de manera que la danzaterapia quedó asociada a la medicina, como tratamiento alternativo tanto para enfermedades mentales, discapacidades físicas o sensoriales, o lesiones traumatológicas, como para grupos con necesidades de contención (indigentes, tercera edad, poblaciones carcelarias). Es tiempo ya de revisar la proposición “danza para todos”, junto con la noción de “terapia”.
La danzaterapia convoca a todos, absolutamente todos. Y en el conjunto de “todos” están incluidos también, por supuesto, los bailarines. La danzaterapia entiende que todos los seres humanos tienen necesidad y derecho a expresarse libremente mediante su instrumento más accesible: el propio cuerpo. La señora ama de casa, el hipoacúsico, el que se desplaza en una silla de ruedas, el musculoso, la de curvas pronunciadas, los de coeficiente intelectual altísimo y los no tanto, los “sin tierra” y los exitosos, a los que las neuronas les juegan una broma, los que caminan con bastón y los que habitan una acolchada placenta: todos pueden bailar. Lo único que necesitan es una ayudita, un estímulo. En esta lista no quedan excluidos los bailarines. No, de ningún modo. Niños, amateurs, estudiantes, profesionales, y, por cierto, coreógrafos y maestros encuentran en la danzaterapia otra vía para sus desarrollos.
Ahora bien, en realidad, sí hay un factor limitante para involucrarse en esta disciplina: se demanda un compromiso emocional intenso. Se trata de estimular el cuerpo para que recupere su libertad expresiva. Se trata de respetarlo, escucharlo y brindarle el espacio donde pueda decir sus verdades. Ese camino de investigación hacia las profundidades de la propia creatividad requiere del mismo coraje que implica mirarse en un espejo.
Otro requisito es la paciencia, esto es, tiempo. Cada persona reacciona a las consignas con una velocidad propia. No sólo los músculos y las articulaciones se moldean a fuego lento, con meses y años de ejercicios. Abrir los canales de la sensibilidad y la inteligencia es tarea en que se invierte también tiempo. El maestro de danzaterapia antes que nada es un observador: observa a sus alumnos, para poder regular la aceleración o las pausas en las propuestas que lanza. Pero el devenir de esa temporalidad no es lineal sino cíclico: una misma clase, una misma temática repercuten sobre nosotros con ecos diversos, según las instancias vitales por las que atravesamos. La imagen del fluir del agua, por ejemplo, tendrá unas implicancias hoy que serán completamente otras en algunas semanas o en alguna otra etapa del ciclo de la vida. Revisitar antiguos trabajos es uno de los modos que permiten un enriquecimiento de la danza.
En ese tránsito hacia el encuentro personal, muchos son los estímulos para hallar el movimiento más auténtico, vacío de adornos, despojado de códigos. La música es un aliado poderoso, como sostén en ese recorrido a través de la niebla de la libertad. Melodías y ritmos conocidos y extraños funcionan como puntapié: el sonido invita a la danza y cada individuo lo transforma. Sus movimientos acompañan, contradicen, dialogan con ese impacto sonoro.
La otra gran ayuda es el grupo. Las clases de danzaterapia pueden ser individuales o grupales. En este segundo caso, los vínculos con los compañeros juegan un rol clave: el registro de los procesos que ocurren en los demás son una gran fuente de autoconocimiento. Los logros y los escollos ajenos operan como reflejo donde relajar las propias ansiedades y donde disfrutar por compartir la gratificación de la autoexploración.
Entonces, ¿qué queda de la terapia? La danza, así entendida, como todo arte, tiene, en sus consecuencias ulteriores, un beneficio terapéutico. Pero, antes que nada, es fundamental demarcar la comprensión de la danzaterapia como un trabajo artístico, cuyos resultados se plasman escénicamente. Sí es cierto que, paralelamente, los efectos de este trabajo redundan en una mejor calidad de vida para quienes lo practican y para quienes lo miran, que es otra forma de participación. En última instancia, se trata de bailar para saber quiénes somos; y saber quiénes somos, para bailar entregando hasta la última gota de nuestra verdad más profunda.

Para mayor información: http://www.fundacionsonialopez.org.ar/